Te contamos los fundamentos de la fabricación de los abonos
Desde la antigüedad las formas de aportación de fertilizantes a la tierra eran mediante el estercolado, y la tierra producía lo que podía según sus reservas naturales.
En tierras áridas, sin posibilidad de estercolado, la agricultura se desarrollaba con sistemas de cultivo al tercio desde la Edad Media y posteriormente, a partir del siglo XIX, de año y vez (un año de cultivo de cereal y otro de barbecho), donde, en las menos áridas, el barbecho podía llegar a ser sustituido por cultivo de leguminosas u otros que captasen nitrógeno de forma natural, así disponer de más para el año de cultivo de cereal
Durante el siglo XIX, se explotaron las reservas de guano y salitre en Sudamérica para abastecer de fertilizantes los cultivos. A finales de ese siglo, la preocupación era por lo que sucedería cuando estas reservas se agotaran y no hubiera cómo reponer nitrógeno a la tierra.
De hecho, el 78% del aire que respiramos es nitrógeno. Así en 1909 Fritz Haber inventó un proceso que permitió obtener amoniaco partiendo del aire y el gas natural, descubrimiento por el que recibió un premio Nobel en 1913. Inmediatamente después, Carl Bosch mejoró el proceso para poder realizarlo a escala industrial, recibiendo también el Nobel en 1931.
El proceso industrial de los fertilizantes sintéticos
En este proceso industrial necesitamos introducir gas natural (90% metano, CH4), como fuente de hidrógeno, además de aire (78% N), como fuente de nitrógeno. Y como disponemos de gas, utilizamos éste para calentar la mezcla hasta 500ºC y para alcanzar la presión de 180 atmosferas necesaria para producir el amoniaco (NH3) y como sobrante CO2. Este amoniaco es la base para la obtención del resto de nitrogenados y con estos mezclados con otros elementos, se obtienen el resto de abonos.
Por lo tanto, gracias a este proceso industrial, las producciones agrarias se han incrementado sin tener que aumentar la superficie de cultivo.
Pero… ¡siempre hay un pero!, como se puede apreciar, las necesidades de gas natural son enormes. Y ahí es donde comienza nuestro problema actual, la necesidad de cantidades ingentes de gas natural, tanto, que representa el 90% de los costos variables de producción.
Claramente el principal culpable del elevado precio de los fertilizantes es el desmedido precio del gas natural. Si ya era elevado en los últimos tiempos gracias a la pandemia, la guerra en Ucrania ha provocado un incremento inasumible.
Por ese motivo, en el mes de julio han cerrado o reducido la producción 10 plantas de fertilizantes en Europa, sumado a los anteriores a julio. Además, los fabricantes Yara, K+S, Borealis y Fertiglobe, que ya estaban produciendo con márgenes negativos, han anunciado nuevas reducciones de producción en nuestro continente.
El bloqueo al suministro de gas natural, por parte de Rusia, aún hace aumentar las necesidades y el precio de éste. Igualmente, mientras continúe la guerra en Ucrania, los bloqueos comerciales a Rusia (gas y fertilizantes) y a Bielorrusia (potasas), sumado a la decisión de China de limitar las exportaciones para asegurarse el autoabastecimiento, ahondarán en el problema.
La Asociación Internacional de Fertilizantes, estima que, a nivel mundial, se reducirá el consumo de fertilizantes un 7% en 2023, debido al precio y la escasez. Esta cifra difícilmente compensará la reducción del 70% en la producción que se ha dado solo en Europa; tanto es así, que Europa pasará de ser exportador a ser importador, y esto provocará un mantenimiento de precios elevados durante algún tiempo.
Un armisticio en la guerra en Ucrania, al parecer poco probable, podría aliviar el déficit de fertilizantes, pero no podría cubrir las necesidades inmediatas. Por ello, es de esperar que los precios no bajen lo suficiente, a corto plazo.
Una disminución en las aportaciones de fósforo durante un periodo de 2-3 años o de potasa en 1-2 años, tal vez no repercuta de forma sustancial en la producción, ya que el suelo dispone de algunas reservas debidas a las generosas aportaciones de la fertilización tradicional. Pero una disminución de nitrógeno implica necesariamente una disminución en la producción. Las pérdidas de cosecha producidas por la falta de abonado nitrogenado en un año son en maíz un 41%, en arroz un 27%, en cebada y sorgo un 19% y en trigo un 16%.
En cultivos de leguminosas, como la soja, gracias a las bacterias simbióticas que fijan nitrógeno atmosférico de forma natural llamadas rizobios, no se produce reducción alguna.
Quizá estemos en el punto álgido de costes de fabricación de fertilizantes, pero esperar para comprar abonos en campaña y no asegurar parte de la compra de forma anticipada parece aventurado frente a la posibilidad de no disponer de suministro suficiente llegado el momento.
No parece el año más acertado para especular con que el precio de compra baje, sino el de esperar y presionar para que los precios de las cosechas se incrementen proporcionalmente al de los costes de cultivo.
Por desgracia, decisiones gubernamentales de limitar los precios de venta de los alimentos solo perjudicarían más el lamentable estado de la situación.
AUTOR: Juan Leiva, ingeniero agrónomo y jefe de ventas de Sembralia
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